El pasado 15 de Noviembre, la Organización Mundial de la Salud (OMS) celebró el Día mundial sin alcohol. Esta es la fecha elegida para sensibilizar a la población mundial sobre los riesgos asociados al consumo de alcohol. Debido a mi trabajo Terapéutico con Familias y Escuelas de padres-madres, también me parece adecuado hacer una breve reflexión acerca de la realidad que observo en el día a día en el trato con jóvenes y familias.

Hace tres 3 días los medios de comunicación se hicieron eco de la importancia de reflexionar sobre el consumo de alcohol. Y algo en lo que  todos estamos de acuerdo es la gravedad de sus consecuencias en la juventud y en que se debería hacer algo más de lo que estamos haciendo por prevenirlo. Ya han pasado unos días y casi nos hemos olvidado de ello.

En la actualidad la información es tan rápida e inmediata, que aunque reflexionemos sobre cómo educar a nuestros hijos e hijas para que en el futuro mantengan un consumo responsable de alcohol, la importancia de este tema se diluirá, en función de otras novedades y noticias. Sólo quienes sufren las consecuencias de un problema con el alcohol en sus vidas, en sus familias, en sus hijos o en sus hijas, serán incapaces de minimizar su importancia u olvidarlo por completo.

La triste realidad es que también desde mi trabajo en el ámbito familiar soy testigo de como cada año que pasa el consumo abusivo de alcohol por parte de menores de edad se va incrementando tanto en chicos como en chicas y las familias están más desorientadas sobre cómo intervenir y lo que podrían haber hecho para evitarlo.

D. Emilio Calatayud, Juez de Menores de Granada, reflexionaba, en las “VI Encuentro de Escuelas de padres y madres de la Zona Rural Alavesa” celebradas este 16 de noviembre en Oion-Oyón, sobre las incoherencias de nuestra legislación en materia de menores y consumo de alcohol como una de las fuentes principales que hace posible su consumo y en muchos casos abuso de esta sustancia  tan nociva para el crecimiento de chicos y chicas a edades cada vez más tempranas.

Es cierto que todos, a distintos niveles, estamos implicados en esta realidad que envuelve a nuestros más jóvenes: legisladores, autoridades, centros escolares, profesionales de la salud, familias, etc. De una forma u otra todos contribuimos a mantener estas incoherencias y actitudes de «cierto abuso  de alcohol tolerado»: permitiendo o no actuando contundentemente ante la existencia de los botellones al aire libre cuando está prohibido el consumo de alcohol en la vía pública; vendiéndoles alcohol en establecimientos aun cuando está prohibido legalmente su venta a menores de 18 años; facilitando su consumo mediante la imitación de ciertas costumbres y hábitos sociales desde las propias familias creyendo que no tendrán tanta importancia o que realmente no  influirán  en sus decisiones futuras.

Nuestros adolescentes y jóvenes son muy conscientes de estas incoherencias, doble moral o dobles mensajes y no todos tienen la capacidad de discriminar correctamente y actuar en consecuencia en beneficio de su salud.


Por una parte  la sociedad y sus  familias no desean que ellos consuman alcohol y por otro lado asumen que lo harán de todas formas y se les deja libre acceso a ello  y se confía en que ellos tomarán las decisiones acertadas, la mayoría de las veces sin haberles formado para poder hacerlo. En muchos casos les pedimos que sepan decir que NO a ciertas edades o que mantengan un consumo moderado tras la mayoría de edad sin haberles dotado de herramientas psicológicas y habilidades sociales para vencer la presión del grupo; sin haber construido una identidad  fuerte que les permita afrontar sus problemas sin necesitar evadirse en el consumo de sustancias; sin enseñarles a manejar ciertas emociones como la frustración, la ira, la vergüenza o la timidez para relacionarse con otros jóvenes.

Y por otro lado les vendemos (les educamos), con nuestros comportamientos, comentarios, con películas y series de televisión que el consumo de alcohol e incluso el abuso de alcohol, está asociado con divertirse, con pasarlo bien, con tener más resistencia y por tanto más prestigio que otros en un grupo; que no pasa nada por emborracharse una noche y tener resaca al día siguiente. Asociamos también el consumo de alcohol con poder descansar y desconectar de la tensión y del trabajo, lo asociamos con el verano y las vacaciones, con celebraciones deportivas, familiares y grandes acontecimientos justificando así que no pasa nada por abusar del alcohol (emborracharse) en ocasiones puntuales.  Lo seguimos asociando con el hecho de ser mayor, de tener autonomía e independencia personal, etc… Asociamos el consumo de alcohol con tantas cosas deseables para un chico o una chica adolescente que necesariamente necesitamos enseñarles también los riesgos que conlleva ese consumo.


En la vida de un chico o una chica de unos 14- 15 años, sin darnos cuenta, han recibido por distintos medios, muchísimas más horas de formación y de incentivos en pro del consumo de alcohol que número de horas de formación en la prevención de las consecuencias negativas del mismo. Y es que, habitualmente, sólo cuando aparecen los primeros indicios de deseo de consumo, de consumo real o conocimiento de que su grupo de amigos están consumiendo (bebiendo), es cuando las familias dan el pistoletazo de salida y se embarcan en la encomiable tarea de reflexionar y proporcionarles argumentos verbales, evitar las situaciones de riesgo mediante sanciones o incentivos de actividades alternativas.


La familia,  ha de ser muy consciente de la gran importancia que tiene en su papel educativo a la hora de lograr una mayor prevención del consumo temprano de alcohol. El alcohol suele ser la primera sustancia tóxica a la que la mayoría de los adolescentes y jóvenes tienen acceso  (incluso en situaciones familiares ) y si no aprenden hábitos saludables y a tomar decisiones adecuadas de autocontrol  dentro de su propia familia, corren el riesgo de abusar de su consumo los fines de semana (si nos referimos al fenómeno «botellón») a una edad en la que su consumo interferirá gravemente en la formación de su joven sistema nervioso, en su crecimiento, en sus capacidades intelectuales, en su rendimiento escolar, su hábitos de vida saludables y el desarrollo de su personalidad adulta. Este abuso temprano del alcohol que además incrementa la probabilidad de  aparición de futuras dependencias o adicciones, también se correlaciona con las primeras conductas delictivas: peleas, hurtos, consumo de otros tóxicos, acosos, conducción temeraria, etc.

Por tanto, no se trata de aislar a nuestros jóvenes y adolescentes de la sociedad en la que viven, ni de vivir como padres y madres con miedo y angustia cada vez que salen los fines de semana, sino de ser conscientes que desde muy temprana edad podemos prevenir estas conductas de riesgo enseñándoles a vivir en ella de forma íntegra y saludable. Las claves están en que padres y madres ofrezcamos modelos de conducta y actitudes coherentes en pro de un consumo responsable desde su infancia y aprovechar las situaciones cotidianas en familia como una oportunidad para ir transmitiendo los valores, los hábitos, las habilidades cognitivas, emocionales y sociales que les permitirán en un futuro elegir de la mejor manera posible sus opciones de ocio, su grupo de amigos y sus propias decisiones.


Noelia Moreno Huerta

Nº Col. R-00317